miércoles, 30 de mayo de 2012

CARTA ASTRAL DE MARC CHAGALL


 Carta natal y transitos planetarios del dia de su muerte
   En la obra pictórica de Marc Chagall podemos encontrar el propósito manifiesto de darle a las imágenes visuales que crea la categoría de signos de un lenguaje que revele el sentido oculto que guardan las seres y las cosas que representan. Un propósito que sólo se puede comprender por el papel esencial que desempeñó en la configuración de su espíritu la tradición religiosa judía. En esta tradición, como se sabe, la presencia de Dios solamente se manifiesta a los hombres a través de la palabra; los seres humanos sólo pueden reconocer su existencia entendiendo lo que les dice. Pues para los judíos Dios es en sí mismo la encarnación del Verbo que guarda el sentido verdadero y trascendente de todo lo que existe en el mundo; Él no es propiamente la personificación sensible y concreta del Ser sino el sentido lingüístico que unifica en un fondo invisible la diversidad visible de lo existente.
Chagall asume plenamente esta idea. De ahí que en sus lienzos podamos percibir la presencia de ese sentido fundamental que armoniza el mundo. Pero al hacerlo así rompió, sin embargo, con la prohibición -inscrita en los códigos de esa misma tradición- de no representar en imágenes a este Dios todopoderoso que se identifica con la palabra. La violación de este mandato restrictivo obedeció no sólo a su condición de pintor, a la necesidad imperativa de crear y vivir en el mundo de las imágenes, sino también a la certeza lógica de que la palabra divina al fundar el sentido del mundo real no puede ser ajena a la existencia sensible de los seres que lo componen. De ahí, que se tornara perfectamente válido emprender el camino de buscar en los elementos simples y naturales de la realidad la presencia trascendente de lo sagrado. Revelar su presencia es tarea ya no sólo de quien acepta escuchar su voz o leer sus palabras sino del que quiere ver la íntima y secreta espiritualidad que recorre la existencia de lo natural.
Pero esta búsqueda tuvo otro significado. Como el sentido de la palabra divina es el de la felicidad es necesario buscarla donde efectivamente se encuentra: en el terreno en el que los contrarios se concilian, en el lugar donde prevalece la armonía de todo lo diverso. La principal causa de infelicidad de los seres humanos es el haberse separado históricamente de la naturaleza, el de haber roto la unidad con el mundo natural al que pertenecen. Por eso Chagall intenta conjurar este gran daño mediante la creación de imágenes que nos muestran la semejanza significativa que existe entre los animales y los hombres, entre el orden de lo natural y de lo humano. Desvelando esta semejanza, anulado las diferencias que a este respecto nos ofrecen nuestras percepciones cotidianas, se podrá recrear o recuperar aquel instante perdido en el pasado en que eramos uno con el mundo. A través de la imagen pictórica es posible también hallar lo que la palabra divina nos evoca de nuestro pasado original o nos anuncia en el horizonte del futuro: el lugar idílico y paradisiaco en donde la felicidad fue o será posible.
Pero para poder hallar la semejanza oculta de los seres y cosas que Dios estableció se debe convertir a la pintura en una forma de poesía. Pues sólo en virtud de que las imágenes se vuelvan portadoras de signos lingüísticos se alcanzará la revelación del sentido unitario que constituye la realidad.
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fragmento:http://www.immi.se/kultur/texter/chagall.htm 

Chagall construye un mundo de asociaciones a través del cual quiere poner de manifiesto el mensaje secreto de las cosas, pero su mirada está más cerca de la ingenuidad infantil, que prescinde de la funcionalidad inmediata de los objetos y de la coherencia lógica, que de la búsqueda de revelaciones concretas. De ahí que rehúse adherirse al movimiento surrealista a pesar de la insistencia y los elogios de Breton. La existencia de imágenes que coexisten fuera de la lógica racional es para él un hecho real y lo acepta como algo consustancial a la vida misma, no como producto de un refinado juego intelectual o un viaje a las profundidades del inconsciente.


BIOGRAFIA
Vitebsk, 1887 - Saint-Paul-de-Vence, 1985) Pintor francés de origen ruso. Nacido en una pequeña aldea rusa, sus inquietudes artísticas le llevaron a París en 1910, donde alcanzó su madurez artística.

Volvió a Rusia en 1914 y participó activamente en la renovación cultural de su país, pero sus disputas con Malevich y las exigencias revolucionarias de vincular compromiso político y obra artística le llevarían a marchar a Alemania en 1924. Su condición de judío le obligaría después a un peregrinaje por Francia y Estados Unidos, que le devolvería definitivamente a Francia al concluir la Segunda Guerra Mundial.

Su asimilación de las dos vanguardias señeras, fauvismo y cubismo, es patente en los cuadros que realizó en sus primeros años parisienses. Composiciones como El poeta (1911, Philadelphia Museum of Art) y Homenaje a Apollinaire (1912, Stedelijk van Abben Museum, Eindhoven) son plenamente cubistas, mientras otras, como El padre (1911, Colección privada, París) siguen a rajatabla las consignas fauvistas.

Desde el primer momento, sin embargo, estas influencias formales se funden con el sustrato más profundo de sus propias vivencias personales, profundamente arraigadas en su Vitebsk natal y en el hecho de pertenecer a la comunidad judía. De esta doble condición extrae Chagall su particular repertorio de imágenes, un reducido vocabulario iconográfico al que se mantiene fiel a lo largo de toda su vida. Su pintura es la encarnación de una memoria que funde los recuerdos personales con la imaginería del folclore popular ruso y constituye una unidad indisoluble entre realidad y fantasía, entre la lógica simbólica y la irracionalidad del subconsciente.  
 
 La aldea y yo , realizado apenas un año después de su llegada a París, resulta ejemplar respecto a esa síntesis específicamente chagalliana entre vanguardia y tradición popular, y posee el cromatismo brillante y emancipado de la realidad que aprendió del fauvismo y que será un rasgo dominante en toda su producción. La aparente anarquía de sus imágenes, mezcladas sin una clara lógica espacial y narrativa que justifique las superposiciones, la heterogeneidad de tamaños y la transgresión de las leyes de la física, están sin embargo sujetas a una cuidada composición radial que sigue las enseñanzas del cubismo; éstas se evidencian en el diseño de líneas que articulan las diversas imágenes entre sí y establecen conexiones entre las figuras en primer término y el fondo.
Las referencias al mundo campesino en el que pasó su infancia -las casas aldeanas, la ordeñadora, la pareja de labriegos- así como el motivo vegetal en primer término, son algunas de las imágenes que con mayor constancia repitió a lo largo de toda su obra. Todas ellas tienen como referente común el mundo de su niñez y Chagall hace uso de ellas encastándolas con la arbitrariedad del ensueño y la nostalgia.
  (ESA nostalgia por su mundo campesino de la infancia,su naturaleza soñadora, son caracteristicas del signo de Cancer)

En otras ocasiones, la apariencia ilógica de sus imágenes deriva de la simple transcripción al lenguaje visual de expresiones comunes del lenguaje hablado, que Chagall retoma y visualiza como forma de revelar experiencias psíquicas. Así puede interpretarse el flotar en el aire de la pareja de amantes en cuadros como El cumpleaños (1915, MOMA, Nueva York), pintado poco después de su matrimonio con Bella, su musa durante largos años.

La idea de "perder la cabeza" se materializa en A Rusia, los asnos y los demás (1911-1912, Museo Nacional de Arte Moderno, Centro Georges Pompidou, París); donde la cabeza separada del tronco no es sino una arbitrariedad explicable, al igual que la vaca roja sobre un tejado o la ingravidez de la mujer, por el placer de crear una fábula visual donde la irrealidad no necesita justificarse.

Biografias y vidas
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Es un canceriano con Ascendente , y   con Sol en Cancer,


El mundo según Chagall

El mundo según Chagall
El gato y los dos gorriones. 1925-26 Chagall
Barcelona
“No me gustaría ser como los otros; quiero ver un mundo nuevo”, confesó Marc Chagall (Vitebsk, Rusia, 1887-Sant-Paul-de-Vence, Francia, 1985) en un libro de memorias, Mi vida (Acantilado). Una obra escrita prematuramente a los 35 años, justo cuando decide abandonar definitivamente Rusia y regresar al París bohemio de Montparnasse, al encuentro de viejos amigos como el poeta Blaise Cendracs o los pintores Soutine, Léger y Delanuy. Desde luego, su mundo no se parecía a ningún otro. Colorista y poético, burlón y melancólico, sería precisamente aquel universo habitado por vacas tocando el violín y caballos que suben al cielo, ángeles y gallos, vírgenes y acróbatas… lo que acabaría haciendo de él un creador inconfundible con plaza entre los grandes de la primera mitad del siglo XX. Acaso porque, como apuntó André Breton, “con él, la metáfora hizo su entrada triunfante en la pintura moderna”.
El mundo de Chagall, reflejo de su aventura vital tanto como de su paradójica personalidad –era taciturno y apasionado, sensual, mundano, tosco y encantador, soñador y manipulador, un introvertido que se deleitaba con el mundo que le rodeaba–, es objeto, por primera vez en España, de una gran retrospectiva. Una exposición que se despliega, desde el 14 de febrero, en una doble sede: el Museo Thyssen-Bornemisza y la Fundación Caja Madrid. Más de 150 obras procedentes de colecciones e instituciones públicas de todo el mundo, que repasan su trayectoria de la mano de Jean-Louis Prat, presidente del Comité Chagall, y dan el pistoletazo de salida a la nueva temporada expositiva. Chagall, de origen judío, vivió 98 años, 70 de ellos dedicados a la creación artística; fue espectador privilegiado del nacimiento del cubismo y el fauvismo; participó de los inicios de la revolución rusa, de la que huyó desencantado; sufrió los desmanes del nazismo y un breve exilio en Estados Unidos y regresó a Francia en 1948, donde se mantuvo activo prácticamente hasta el final de sus días. Cuando murió en su casa de Saint-Paul-de-Vence, dejó en marcha múltiples proyectos inacabados.




 La aldea y yo
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